Hábito

En toda Hermandad que sale a la calle en Semana Santa a hacer estación de penitencia como cofradía de nazarenos, uno de los dos elementos identificativos que denotan a sus hermanos como tales, y cuyo uso otorgan como derecho a los mismos todas las reglas, es el hábito penitencial. El otro distintivo es la medalla de la corporación, que normalmente reproduce el escudo de la misma (como es nuestro caso).

Pues bien, en la Hermandad de la Cena el hábito, además de identificar a nuestros hermanos como tales cada Domingo de Ramos cuando salimos a las calles de la ciudad, tiene un sentido muy particular, que proclama una filiación espiritual, un vínculo devocional muy concreto. Es así que la mayoría de las cofradías, al establecer sus colores heráldicos, que suelen ser los mismos  de su hábito penitencial, lo hacen atendiendo a razones diversas, entre las que no hay que desdeñar los gustos estéticos de los propios fundadores o reformadores. En la nuestra en cambio, pesó mucho desde los mismísimos inicios de la Hermandad, a instancias de Don Pablo Rodríguez, que a la sazón era párroco del Polvorín y asistente eclesiástico de la corporación, y al que debemos también el diseño de nuestro primitivo escudo, la advocación de nuestra Titular, la Santísima Virgen del Rosario, a la hora de componer lo que había de ser nuestro hábito de hermanos. Efectivamente, dado que la advocación y devoción del Rosario tienen un marcadísimo carácter de raíz dominicana, puesto que Santo Domingo de Guzmán fue el creador del rosario como hoy lo conocemos, y los hermanos de la Orden de Predicadores sus mayores difusores, amén de ser la Virgen María con esta sublime advocación patrona tutelar de la orden monástica, Don Pablo Rodríguez imaginó un hábito similar al de los frailes predicadores, entonado en los colores marfil y negro propios de la orden, que en sus orígenes los había tomado a su vez de la orden de los canónigos Premostratenses, a la que perteneció Santo Domingo antes de fundar la propia. Sin embargo, la penuria económica del momento fundacional de nuestra Hermandad impidió que se llevara a cabo la idea de Don Pablo tal y como él la concibió, y hubo que cambiar el color marfil por el blanco, más asequible y fácil de encontrar, y prescindir del escapulario, aunque la correa, que en la orden dominicana señala la adopción de la regla de San Agustín por parte de Santo Domingo para sus frailes, siempre se mantuvo en la vestimenta nazarena. De modo que los hermanos de nuestra cofradía en la calle siempre mostraron una estampa rosariera y dominica, aderezada más o menos en sus detalles, pero fiel al espíritu que nuestro primer director espiritual quiso para ellos, aunque con el tiempo el sentido primitivo del hábito se diluyera de tal modo que la mayoría de los hermanos acabara perdiendo conciencia de su sentido.

Ha sido en la actualidad cuando, impulsada la idea por un grupo de hermanos, ha surgido la oportunidad de renovar el hábito, de tal forma que se completase en su diseño hasta acercarlo lo más posible al de la orden de Santo Domingo. Por ello, se ha incluido el escapulario ( esa pieza de tela cuadrangular que cuelga de nuestros hombros por detrás y por delante, y que tiene el sentido simbólico de recordarnos el peso de nuestros pecados ), el rosario al cinto, las sandalias dominicas, el escudo de la Hermandad sobre la capa, y el de Santo Domingo sobre el escapulario, suprimiéndose el de la Hermandad sobre el antifaz por redundante. Así viene recogido expresamente en nuestras nuevas Reglas, señalando con eso nuestra vinculación espiritual al carisma de Santo Domingo de Guzmán y nuestra fidelidad al espíritu fundacional.